March 18, 2024

Batalla de Palo Hincado
MONUMENTO BATALLA PALO HINCADO

El día 6 de noviembre avanzó el jefe dominicano hasta Magarín y le pareció que el sitio no había sido bien escogido por el teniente Francisco Díaz. Además, un recio temporal le dañaba las pocas armas de fuego y municiones de que disponía. Apreciando que el paraje de Palo Hincado, a media legua al oeste de la población del Seibo, reunía mejores condiciones, llevó allí su gente y dictó sus órdenes para esperar a pie firme al enemigo.

No confiando momentáneamente en Díaz, resolvió tomar él solo todas las disposiciones en la noche del 6, víspera de la fecha anunciada por Ferrand para su entrada en El Seibo. La lluvia no cesaba, con todas sus adversas consecuencias. En la madrugada del 7 les escampó en el hato de la Candelaria y Sánchez Ramírez hizo secar al fuego los fusiles, amunicionar la tropa y proveer de lanzas a los de a caballo, presto a combatir “el furor y la rabia de los Napoleones que infestaban la Primada de las Indias por la infamia de un español desnaturalizado”.
Los reconquistadores llegaron a Palo Hincado entre las nueve y las diez de la mañana. El brigadier puso a Francisco Díaz en una posición de confianza en lo más alto del terreno, al frente de los casi trescientos combatientes que portaban fusiles. En el mismo lugar se instaló Sánchez Ramírez con su estado mayor, impartiendo órdenes para distribuir convenientemente sus tropas.
Entre muchas otras disposiciones tomó la de ordenar al puertorriqueño José de la Rosa emboscarse con treinta fusileros a retaguardia del enemigo para distraerle la atención después que rompiese el fuego en el frente. De la Rosa había sido uno de los llegados a Boca de Yuma el 29 de octubre, procedentes de Puerto Rico.
Situado en el centro de su ejército, en la eminencia mencionada, el brigadier colocó a su derecha a Manuel Carvajal y a su izquierda a Pedro Vásquez. Miguel Febles le servía de ayudante mayor.
Desde aquel lugar arengó a la tropa. Le advirtió que la acción iba a ser decisiva, puesto que viniendo al frente de la expedición enemiga el propio gobernador, con lo más granado de las fuerzas de que disponía, su derrota significaría el triunfo de la campaña. Recomendó asaltar al arma blanca después de la primera descarga, para evitar el efecto de la mejor fusilería y táctica de los franceses. Terminó la arenga anunciando que aplicaría la pena de muerte al soldado que volviera atrás la cara; al tambor que tocara retirada y al oficial que la ordenara, aunque fuera él mismo. En esta forma obligó a todos, incluso él, a pensar que era mejor morir peleando que deshonrosamente fusilado. Su exclamación final fue un viva a Fernando VII, el príncipe que en aquellos momentos personificaba las mejores esperanzas españolas.
A la arenga del caudillo siguieron tensos momentos de silencio y atención. Los franceses avanzaron y rompieron el fuego cerca del medio día. Una caballería gala se avalanzó para cortar la izquierda hispano-criolla. Los jinetes dirigidos por el capitán Antonio Sosa no perdieron tiempo y corrieron al encuentro de ella, obligando a los atacantes a tirar de las bridas. Este primer choque cuerpo a cuerpo fue sangriento. Sánchez Ramírez impartió a la caballería de su ala derecha, encabezada por el capitán Vicente Mercedes, la orden de avanzar, operación que se ejecutó con gran rapidez, arrollando al enemigo. Diez minutos de pelea bastaron para que el campo quedara cubierto de cadáveres franceses.
La táctica de los hispanos-criollos consistió, como lo consigna el Diario de Sánchez Ramírez, en convertir rápidamente el duelo a balazos a distancia en combate cuerpo a cuerpo, en que eran duchos los aguerridos dominicanos. La ejecutaron con tal presteza y osadía que de la parte de ellos sólo hubo siete muertos. Entre éstos, significativamente, los jefes de los dos cuerpos de caballería, los capitanes Antonio Sosa y Vicente Mercedes.
Viendo deshechos sus batallones, el general Ferrando dispuso el retorno precipitado a Santo Domingo con un grupo de oficiales supervivientes. Los persiguió un escuadrón capitaneado por el coronel Pedro Santana, padre del homónimo futuro caudillo de la República. Los fugitivos ganaron distancia al aventurarse a cruzar un torrente que no se arriesgaron a salvar los perseguidores, lo que les permitió detenerse a descansar en la cañada de Guaiquía. En este paraje el infeliz Ferrand, dominado por el abatimiento, se quitó la vida de un pistoletazo en la cabeza.
En esta forma se libró la célebre Batalla de Palo Hincado el 7 de noviembre de 1808. Fue “el tercero de los grandes acontecimientos bélicos en que cobró fuerza triunfante la secular voluntad dominicana de seguir hablando en español. Los anteriores habían sido la victoria sobre los ingleses en 1655 y la batalla de la Sabana Real el 21 de enero de 1691”.